El secreto está en los
ojos
Juan Luis Ursuaga es paleontólogo,
miembro del equipo de investigaciones de los yacimientos pleistocenos de la
Sierra de Atapuerca y premiado, en 1997, con el Príncipe de Asturias de
Investigación Científica y Técnica.
Cuando nos proponemos a reconstruir
un ancestro fósil que solo conocemos por los huesos nos vemos obligados a
reflexionar. Es por lo tanto una buena práctica y me alegro de colaborar de vez
en cuando con uno de los artistas que devuelven a la vida las especies
desaparecidas. Se trata de uno de esos remotos antepasados africanos que
llamamos australopitecos y hay que empezar por preguntarse qué aspecto general
les damos.
En los últimos tiempos el aire que
tienen es el de “chimpancés bipedo”, con mucho pelo por el cuerpo. El paisaje
suele ser de selva porque sabemos (esto no es una mera conjetura) que pasaban
mucho tiempo en ella y se alimentaban de los frutos maduros de los árboles y
arbustos, así como de vegetales tiernos.
La estatura no era muy grande, como
la de un chimpancé en el caso de las hembras y algo más en el de los machos.
Parece que las diferencias de tamaño entre los sexos eran mayores que en los
chimpancés, pero seguramente menores que en los gorilas.
¿Cómo serian sus
labios?
La postura bípeda estaba
perfectamente conseguida, pero eso no excluye que se subieran a los árboles por
seguridad o para alimentarse.
Los caninos eran pequeños en los dos
sexos, lo que sorprende mucho y todavía no tiene una explicación definitiva, ya
que no fabricaban herramientas de piedra que los sustituyeran.
La cara es muy parecida a la de los
chimpancés, es decir, proyectaba o prognata. Su nariz no sobresalía y esto les
hacía parecerse mucho facialmente a los grandes simios. Hay que esperar hasta la
llegada del Homo Erectus para ver narices prominentes como las
nuestras.
¿Cómo serian sus labios? ¿finos como
los de los simios o gruesos como los nuestros? Lo que nos lleva a preguntarnos
para qué sirven unos labios gruesos, por qué fueron seleccionados. Los labios
gruesos sirven para besar, ¿estará ahí la explicación?.
Y así llegamos a lo que más me
interesa en este artículo: los ojos. En todos los simios el color del iris es
similar al de la esclerótica (oscuro), mientras que nuestra especie se distingue
muy bien el iris del blanco del ojo. ¿Por qué? A un chimpancé no le interesa que otros sepan hacia
dónde está mirando porque podrían descubrir cuáles son sus propósitos
(¿una hembra?, ¿una fruta?). Para que eso –adivinar las intenciones del otro-
sea posible es necesaria la facultad mental de ponerse en el lugar del que está
enfrente y mira hacia nuestro lado o por encima de nuestra
cabeza.
No es poca cosa, y se pensó durante
mucho tiempo que solo lo podíamos hacer los seres humanos, pero ahora sabemos
que también los chimpancés tienen esa capacidad. Por eso, para evitar que se
descubran los movimientos oculares, el iris no se distingue de la
esclerótica.
En cambio, nosotros señalamos con el
dedo, también con el ojo, permitimos que los demás sepan adónde miramos,
compartimos con ellos nuestra información.
Pertenecemos a una especia mucho más
social y gracias a ello los seres humanos hemos llegado hasta
aquí.
Información y reportaje incluidos en
el número 27 de la revista Redes para la Ciencia (Revista de divulgación de
Eduard Punset)
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