lunes, 18 de junio de 2012
La carcoma de la envidia
Cervantes llamó a la envidia “carcoma de todas las virtudes y raíz de infinitos males.” La envidia no es la admiración que sentimos hacia algunas personas, ni la codicia por los bienes ajenos, ni el desear tener las dotes o cualidades de otro.
Es otra cosa. La envidia es entristecerse por el bien ajeno.
Es quizá uno de los vicios más estériles y que más cuesta comprender y, al tiempo, también probablemente de los más extendidos, aunque nadie presuma de ello (de otros vicios sí que presumen muchos).
La envidia va destruyendo —como una carcoma— al envidioso. No le deja ser feliz, no le deja disfrutar de casi nada, pensando en ese otro que quizá disfrute más. Y el pobre envidioso sufre mientras se ahoga en el entristecimiento más inútil y el más amargo: el provocado por la felicidad ajena.
El envidioso procura aquietar su dolor disminuyendo en su interior los éxitos de los demás. Cuando ve que otros son más alabados, piensa que la gloria que se tributa a los demás se la están robando a él, e intenta compensarlo despreciando sus cualidades, desprestigiando a quienes sabe que triunfan y sobresalen. A veces por eso los pesimistas son propensos a la envidia. Wilde decía que “cualquiera es capaz de compadecer los sufrimientos de un amigo, pero que hace falta un alma verdaderamente noble para alegrarse con los éxitos de un amigo”. Para superar la envidia, es preciso esforzarse por captar lo que de positivo hay en quienes nos rodean: proponerse seriamente despertar la capacidad de admiración por la gente a la que conocemos.
La envidia lleva también a pensar mal de los demás sin fundamento suficiente, y a interpretar las cosas positivas aparentemente de otras personas siempre en clave de crítica. Admirarse de las dotes o cualidades de los demás es un sentimiento natural que los envidiosos ahogan en la estrechez de su corazón.
Alfonso Aguiló
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Bufffff, cuánta razón, la verdad. ¿Cuántos se dicen libres de conocer a una persona así, triste ante los logros ajenos? Incluso nosotros mismos adolecemos de esto, en mayor o menor medida. Creo que nadie se ve libre del todo de este error. Yo sí me identifico en parte con esto: soy capaz de consolar a mucha gente, pero en ocasiones veo la alegría de algunas personas (no todas) y me entristezco. ¿Por qué? Pues porque el ser humano adolece de muchas miserias.
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