¿Por qué nos deslumbran las celebridades, suspiramos por
ellas, forramos paredes y carpetas con sus fotos, entonamos su nombre,
gritamos, lloramos y nos estremecemos a su visita?
Alguno son incluso capaces de dar su vida por ellos si se lo
pidieran y otros de quitársela a su estrella. ¿Es todo ello normal?
Los humanos presentamos una capacidad natural para seguir a
otros, algo que la evolución ha desarrollado, que aprendemos desde bebés
siguiendo a nuestra madre y que resulta esencial para sobrevivir. Especialmente
porque el humano necesita de un período de infancia prolongado para madurar su
cerebro y hacerse independiente.
Ser un seguidor es nuestro modo de actuación por defecto y
un fan es un tipo especial de seguidor que podemos definir como aquella persona
con un gusto o entusiasmo especial por alguien que es el foco de atención del
ojo público, un actor o cualquier celebridad.
En el sentido actual el término fan comenzó a utilizarse en la Inglaterra del siglo
XIX para referirse a los seguidores del boxeo. Es una abreviatura de la palabra
latina fanaticus que significa
“locura de inspiración divina”, que hacia el año 1550 se introdujo
en el idioma inglés para denotar “un marcado entusiasmo y, por lo
general, una intensa devoción carente de toda critica”.
El llamado fenómeno fan es una deformación de nuestro
impulso natural por seguir a alguien que, según los estudios, llega a asumir
cotas de obsesión en una de cada ocho personas, cuya atención y devoción se
centran unilateralmente en una persona famosa.
Un fenómeno que en una de cada 50 personas puede convertirse
hasta en una patología que afecte a su vida diaria.
Un dato: Beatlemanía, la popularidad de
The Beatles y la devoción de sus seguidores hacía que sus apariciones se
recibieran con desenfreno. La policía británica usaba agua a presión para
controlarlos y el Parlamento debatía sobre la seguridad de los agentes.
¿Te levantas con deseos de leer lo último que ha escrito tu
estrella en Twitter, tras haberte acostado después de pasar horas pegado a la
televisión observando qué pasa en la casa de Gran Hermano? ¿Quisieras ser como
ellos, envidias su cuerpo, su suerte, su dinero y no puedes pasar un momento
sin hablar de tu famoso? Si es así, ten cuidado, puedes tener un problema.
Los psicólogos denominan a esta obsesión el “síndrome
de adoración de los famosos”. Se trata de una relación con cualquier
celebridad en la que nos involucramos personalmente sin que este ni siquiera
nos conozca y en la que existe diferentes grados de ensoñación y fantasía con
esa persona. Los síntomas son fáciles de reconocer. Párate por un momento,
cierra los ojos y recuerda a tu famoso favorito en tus años de adolescencia.
¿Dime ahora qué hacías, forrabas tu carpeta con su foto, eras capaz de acampar
por unas entradas, mentir a tus padres para ir a su concierto, te pasabas horas
hablando con tus amigos sobre la vida y avatares de tu ídolo o eras de los que
lloraba si te enterabas de que algo malo le había pasado?
Definir la intensidad de tu relación con el personaje nos
ayudará a comprender lo que sucede.
En la
Universidad de Leicester (Reino Unido), el psicólogo
británico John Maltby ha estado estudiando durante años el fenómeno fan. En
2003 analizó a 700 personas, comprendidas entre los 16 y 60 años, a las que
pasó un cuestionario de actitud hacia las celebridades, observando que se
pueden crear tres grupos dependiendo del grado de implicación que tengan con el
famoso:
El primer grupo lo comprenden aquellos fans moderados de
carácter extrovertido y gregario –es decir, con muchos amigos-, a los que
les encanta hablar y comentar sobre su famoso favorito. Es su modo de
socializar y no supone nada mas que una forma de entretenimiento. Este grupo lo
constituyen el 22% de las personas.
A diferencia del anterior, el siguiente grupo está formado
por el 12% de la población. Estos mantienen una relación personal intensa con
su ídolo. La adoración que le profesan supone sentimientos intensos y
compulsivos que rozan la obsesión y tienden a expresarse en términos de
complicidad con el famoso, aunque en realidad no lo conozcan: “Comparto
con mi celebridad favorita un vinculo especial que no podría describir en
palabras” o “cuando le ocurre algo, siento como si me ocurriera lo
mismo”.
Como los fans de los conciertos de The Beatles, estos pueden
llorar por ellos, ser miembros activos de su club de fans o fantasear con su
ídolo. Este grupo es el que se ve más influido por el famoso, ya que en muchos
miden su imagen personal en relación a este, como veremos más adelante.
El 2% del las personas –aquellos con rasgos
antisociales, problemáticos, de carácter impulsivo y solitario-, pueden llegar
a desarrollar una relación patológica con su celebridad. Sus fantasías son
ricas y elaboradas; creen que al igual que ellos conocen a su ídolo, este les
conoce a ellos, que están vinculados de algún modo o, incluso, que le
pertenecen. Pueden mostrarse celosos porque su celebridad se case o afirmar que
harían cualquier cosa por ellos si se lo pidieran, incluso si fuera ilegal.
Todos conocemos casos extremos de este tipo. El músico y ex
miembro de The Beatles John Lennon murió a manos de uno de sus fans, Mark D.
Chapman;
La tenista Mónica Selles fue apuñalada por otro fan para sacarla
de la competición y favorecer a su adorada Steffi Graf o, por ejemplo, uno de
los últimos casos fue el de la actriz española Sara Casasnovas agredida con una
ballesta por un supuesto admirador alemán. Los hay tambien que se suicidan
porque no podrán nunca conocer a su ídolo, como ha ocurrido en la actualidad
con algunas seguidoras de Justin Bieber o también Michael Jackson. En todas
estas personas los límites entre la fantasía y la realidad se habían
desvanecido.
Los casos de los ataques a famosos, como señala la psicóloga
Pilar Varela, son una forma de poseer al personaje que admiran y, en algunas
ocasiones, devolverle la frialdad con la que el fan siente que se le ha
tratado. Hay que recordar que el fenómeno fan es una relación desigual y las
personas que conforman este grupo de comportamiento extremo, como explicaba al
diario El Pais el psicólogo José
Pinedo, son “personas con baja autoestima, con una capacidad de definirse
a sí mismas bastante precaria y que necesitan tener un referente externo que les
permita crear una identidad”
Un dato: Mark D. Chapman (Texas, 1955) Su
fervor por Lennon se volvió en obsesión y odio. Tras esperarlo varias horas
cerca de su casa –y de que le firmara un disco- disparó cuatro veces
contra la espalda del artista. A los 55 años dijo lamentar el asesinato.
Seguidores modelados a su imagen y semejanza.
En los últimos años Internet y Twitter han revolucionado
esta relación favoreciendo la sensación de cercanía con los famosos. Cuando el
famoso comparte con nosotros a través de estos medios es más fácil creer que
existe cierto nivel de intimidad, especialmente cuando el famoso comparte
detalles de su vida privada. Entre los millones de seguidores de la cantante
Lady Gaga no es raro que haya algún problemático. Compartir detalles íntimos
puede resultar peligroso porque “si en el grado máximo de erotomanía
(deseo sexual exagerado) el fan recibe por la red la respuesta de su ídolo, esa
relación patológica y perversa puede convertir la admiración en agresión”,
explicó a Efe Varela, autora del libro Fans
e ídolos (La esfera de los libros, 2005).
Superdelgada, con buen pecho, alta y rubia. ¡Ah! ¿Qué no
eres así? Bueno, yo tampoco. Sin embargo, esta es la imagen tipo del famoso de
hoy en día y la imagen que los medios imponen a las adolescentes. Esta vez me
refiero a ellas, porque son más susceptibles a esta influencia y más capaces de
hacer lo que sea por conseguir esa “espléndida imagen”. Fue Maltby
y su grupo quienes de nuevo observaron que existe una relación entre el interés
que tenemos por las celebridades y nuestra imagen corporal. En esta ocasión se
estudiaron tres grupos de individuos: adolescentes, estudiantes y adultos
mayores, a los que se les pidió que eligieran a una celebridad de su mismo sexo
de la que admirasen su figura y que, a continuación, rellenaran un cuestionario
de actitud hacia las celebridades.
El estudio mostró una fuerte conexión entre la imagen
corporal del famoso elegido y la intensidad de la relación personal que sienten
por él (segundo tipo de seguidores), en especial, entre las adolescentes de 14
y 16 años. Algo que no ocurre en el primer grupo de fans, para los que la
celebridad es un entretenimiento más; ni en el ultimo, en donde roza la
enfermedad. Es importante ver que la relación que se crea con las figuras
mediáticas a las que se percibe como un ideal de belleza corporal se hace en
detrimento de la propia imagen física. Por ello es importante no potenciar
desde los medios una figura anoréxica entre las modelos y actrices.
Lo mismo ocurre con la constante propaganda de retoques
estéticos entre famosos. En 2012 Maltby demostró que se puede incluso
pronosticar a través de los cuestionarios de actitud hacia los famosos, si una
persona se someterá o no a una operación de cirugía estética en los ocho meses
siguientes de haber tomado el test. La baja autoestima, la depresión y la
búsqueda de una mejora en las relaciones sociales puede ser de utilidad para
comprender este fenómeno que aqueja principalmente a la adolescencia.
Al clamor de la masa
¿Pero qué hace a nuestro cerebro atractivo el asistir a un
concierto de música, un partido de fútbol o un mitin de nuestro político
favorito? EL clamor de la masa, la exaltación de los fans observando a su
equipo, se debe a que su cerebro reacciona como si fuera él mismo el que
estuviera en el campo jugando, gracias a nuestras neuronas espejo; unas
neuronas que activan, cuando vemos a otros realizar cualquier actividad, la
misma zona cerebral que si estuviéramos llevando a cabo la actividad nosotros mismos.
Más aún, si nuestro equipo va ganando nuestra testosterona se incrementará
notablemente, mientras que si pierde decrecerá.
Incluso la imagen que tengamos de nosotros mismos se verá
influenciada en esos momentos, sintiéndonos más atractivos sexualmente si
nuestro equipo gana, y esto ocurre tanto en hombres como en mujeres.
Un dato: El actor Ashton Kutcher una de
las celebridades más twitteras y uno de los primeros en apoyar esta tecnología,
debe mucho de su elección como protagonista de la serie Dos hombres y medio a
sus numero de seguidores en Twitter. Los casi 11 millones de seguidores que
cuenta actualmente es un gran valor añadido para cualquier canal de televisión
que busca audiencia. La CBS
lo sabe y sus primeros capítulos con Kutcher lo demostraron: 28 millones de
telespectadores en el primer capítulo de la primera temporada con Kutcher y 15
millones de media en las temporadas 2011 y 2012.
Cuáles son los motivos que nos da la evolución.
La excitación de esos momentos, el subidón que se produce, es tan real que los niveles de
dopamina en los cerebros de los fans se incrementan significativamente, al
igual que ocurriría si esnifaran cocaína. Su ritmo cardíaco, las ondas
cerebrales y la transpiración son comparables en esos momentos a la reacción
que se produce al observar fotos eróticas. A todo ello hay que añadirle el gran
aliciente psicológico que tiene el sentirse parte de un grupo. A pesar de lo
comentado, no se sabe a ciencia cierta qué nos lleva a desarrollar este tipo de
relaciones con los famosos.
Algunos investigadores lo explican diciendo que la relación
que creamos con ellos es el sustituto de otras más convencionales que antes
manteníamos con nuestros conocidos, vecinos, amigos y familia, y que se deriva
del “trato diario” que tenemos con ellos a través de los medios de
comunicación.
Existen varias teorías, inclusive del papel que desempeñaría
el cotilleo, que comienzan a ver el fenómeno como una capacidad adaptativa, con
un papel fundamental en la dinámica de grupo.
En realidad se trata de una forma de aglutinar al grupo
análoga al acicalamiento que los primates se hacen entre si. Es un tipo de aglutinante social y, además, el cotilleo
nos permite aprender de otros. Como señala el psicólogo experimental Steven
Pinker, hablar de otros nos informa del tipo de juegos o estrategias que la
gente despliega en el mundo real, preparándonos para entrar a formar parte de
ellos. El cotilleo nos abre los ojos a la realidad. La inteligencia social
requiere poder predecir el comportamiento de otros y poder influenciarlo, y la
información sobre la vida de los demás puede resultarnos muy útil para nuestra
supervivencia.
Si nos gusta saber de nuestros conocidos y figuras públicas
es porque la evolución lo ha seleccionado. La teoría evolutiva del liderazgo
sugiere asimismo que el cotilleo es una forma, no sólo de conocer la cualidad
moral del líder que apoyamos, sino el arma con la que alzarlo o destronarlo
–creo que todos recordamos aún al ex presidente de EE UU Bill Clinton y
el escándalo con la por entonces becaria Mónica Lewinsky. La información es
poder, es el poder en las manos de los seguidores, y el que nos preocupemos por
celebridades como Paris Milton, carentes de otro motivo pare ser famosas que el
hecho de serlo, es el fruto de la antigua estrategia que un día nos ayudó a
subsistir en las cavernas trasladada a las grandes urbes y cultura del siglo
XIX. Uno de nuestros muchos desajustes
evolutivos.
El ideal: llegar a ser famoso.
Deseamos ser famosos y en la sociedad actual es fácil llegar
a serlo sin poseer ninguna cualidad de valor, simplemente por el mero hecho de
salir en los medios de comunicación. ¿Es esto una necesidad natural? No lo sé,
pero, sin duda, una necesidad que puede manipularse. Todos los medias
susceptibles de llevar publicidad, como la televisión, los periódicos,
revistas, radio, Facebook, etc… ,se aprovechan de ese deseo de consumir
fama que tenemos los humanos, porque ello atrae audiencias y estas son el
producto real con el que los medios comercian: audiencias que son valoradas y
vendidas luego a los publicistas.
Un dato: El fervor de los fans a veces tiene
consecuencias que obligan a actores, cantantes o deportistas a mantener
distancias de seguridad con estos. Recientemente Robert Pattinson, el
protagonista de la trilogía de la saga de vampiros juveniles Crepúsculo, fue atropellado
por un taxista cuando intentaba huir de un grupo de admiradores que le acosaban.
Tal vez le hubiera venido mejor utilizar contra ellos ajo.
Como señalaron los investigadores Owen B. M. y S. S. Wildman
en 1992, las cadenas de televisión no emiten en realidad programas. Su misión
es generar audiencias, porque los beneficios de las compañías mediáticas
aumentan con el número de telespectadores. Y todos conocemos la capacidad de
atraer audiencias que tiene las estrellas. Hechas a si mismas o creadas por las
compañías mediáticas, las estrellas son la mejor herramienta para promocionar
una película, un programa de música, una camiseta o recaudar dinero por una
buena causa.
Tal vez la mayor diferencia entre ambos tipos de
celebridades –las echas a si mismas y las creadas-, como nos dice Stephan
Nuesch en su libro The Economics of
Superstars and Celebrities (La economía de las superestrellas y
famosos) es que las primeras, cuando llegan a la fama cobran mucho, es decir,
sus demandas económicas son mucho más elevadas que la de los famosos que los
propios medios de comunicación crean para su propio provecho.
Aunque las estrellas de programas como Factor X y similares no brillen tanto como
las superestrellas, reportan muchos más beneficios a los medios. A ello podemos
unir que crear una estrella a partir de cantantes anónimos dándoles el acceso a
una plataforma mediática y permitiendo que el cantante sea elegido como
estrella por la votación de la audiencia, toca uno de los puntos clave de la
teoría evolutiva del liderazgo: el dejar que el líder (léase celebridad) sea
elegido de entre la masa, para que goce así de la legitimidad del grupo.
Un reportaje de Susana Pinar García (Bióloga)
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