Una
vez, un maestro de la ceremonia del té, en el
viejo Japón, accidentalmente ofendió a un
soldado. Se disculpó rápidamente, pero el
impetuoso soldado exigió que el asunto fuera
resuelto en un duelo de
espada.
El
maestro del té, que no tenía experiencia con las
espadas, pidió consejo a un amigo maestro de Zen
quien sí tenía la habilidad. Mientras su amigo
le servia, el espadachín Zen que no lo podía
ayudar, notó cómo el maestro del té realizaba su
arte con perfecta concentración y tranquilidad.
“Mañana”, dijo el espadachín Zen, “cuando se
enfrente al soldado, sostenga la espada sobre su
cabeza, como si estuviera listo para embestir, y
dele la cara con la misma concentración y
tranquilidad con las cuales usted realiza la
ceremonia del
té”.
Al día siguiente, a la hora y lugar acordados para el duelo, el maestro del té siguió este consejo. El soldado, alistándose para atacar, miró fijamente durante largo tiempo la cara completamente atenta pero tranquila del maestro del té. Finalmente, el soldado bajó su espada, se disculpó por su arrogancia, y se fue sin que un solo golpe fuera dado.
Al día siguiente, a la hora y lugar acordados para el duelo, el maestro del té siguió este consejo. El soldado, alistándose para atacar, miró fijamente durante largo tiempo la cara completamente atenta pero tranquila del maestro del té. Finalmente, el soldado bajó su espada, se disculpó por su arrogancia, y se fue sin que un solo golpe fuera dado.
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Sabiduría Zen -