Estando en su lecho de muerte, un adivino hizo el horóscopo de su segundo hijo, cuyo
nombre era Gengazara, y ésta fue la única fortuna que le legó, dejando todo su dinero y
tierras al hijo mayor. Gengazara leyó atentamente el horóscopo y se dijo:
- ¿Esto es todo lo que ha de ser mi vida? Mi padre jamás falló en sus horóscopos, y el mío
no puede ser peor: seré pobre todo la vida. Estaré diez años en la cárcel. Moriré a la orilla
del mar; lo cual significa que me encontraré lejos de mis amigos y parientes en un país
bañado por el mar. Y ahora viene la parte más curiosa del horóscopo: más tarde tendré
alguna felicidad. Esa felicidad es un enigma para mí.
Cuando terminaron los funerales, el muchacho se despidió de su hermano mayor, y partió
hacia Benarés. Como quería evitar las orillas del mar, a fin de vivir muchos años, se
adentró en un terrible desierto y a los tres días se encontró sin agua y sin comida. La
situación era desesperada, pero el joven no se inmutó.
- Mi padre jamás se equivocó en sus profecías, y si me predijo que moriría junto al mar, no
hay peligro de que fallezca en este desierto.
Este pensamiento calmó un poco la terrible sed que sentía, y al mismo tiempo le dio nuevas
fuerzas, haciendo que al poco rato llegase junto a un pozo en ruinas.
Pensando que podría obtener algo de agua descolgando su cantimplora con un cordel, lo
hizo así, y de pronto llegó a sus oídos una voz que decía:
- Sálvame, hombre. Soy el rey de los tigres y me estoy muriendo de hambre. En los últimos
tres días no he comido nada. La suerte te ha traído a ti a este pozo. Si me ayudas
encontrarás en mí un amigo para toda la vida. No creas que soy un animal de presa. Si me
salvos no tocaré un pelo de tu ropa. Por favor te ruego que me saques de aquí.
- ¿Debo sacarle o no? -se dijo Gengazara.- Si le saco puedo convertirme en su comida.
Pero no, no puede ser porque según el horóscopo de mi padre debo morir junto al mar y
esto no se parece en nada al Océano. Además, mi padre jamás se equivocó.
Sin vacilar un momento más, el joven tendió al tigre su cantimplora atada al cordel. El
animal se cogió a ella y ayudado por el hombre, saltó fuera del pozo. Fiel a su palabra no
intentó nada contra Gengazara. Al contrario, dio tres vueltas alrededor de él y deteniéndose
ante el joven, le dijo:
- Mi bienhechor. Nunca olvidaré este día ni tu bondad. En premio a ella te juro ayudarte en
todas las dificultades en que puedas encontrarte. Si me necesitas no tienes más que pensar
en mí y al momento acudiré a tu lado.
"Ahora, voy a contarte el motivo de hallarme dentro del pozo. Hace tres días encontré a un
joyero y le perseguí para comérmelo. Viendo que no podía escapar de mis garras, el
hombre saltó dentro de este pozo y ahora se encuentra en el fondo del mismo. Yo le seguí,
pero me quedé cogido en un saliente. Un poco más abajo, en otro saliente, se encuentra una
serpiente de cascabel medio muerto de hambre. Más hacia el fondo, también en otro
saliente, hay una rata. Sin duda te pedirán los tres que los saques del pozo. Pues bien, como
amigo te diré que ayudes a los dos animales, pero que no hagas caso de las demandas del
joyero. Los joyeros no son gente de fiar, y éste mucho menos que los demás. Por tu bien no
le auxilies, podrías arrepentirte.
Dicho esto, el tigre se marchó por el desierto, sin aguardar la respuesta de su salvador.
Gengazara reflexionó sobre las palabras del tigre y uno tras otro salvó a la serpiente y a la
rata.
Ambos animales dieron tres vueltas a su alrededor, y como el tigre, le prometieron ayudarle
en el momento en que los necesitase. Para tenerlos a su lado no tendría que hacer más que
pensar en ellos. Pero lo mismo que el tigre, le advirtieron de¡ peligro de salvar al joyero.
El joven recapacitó acerca del consejo dado por los tres animales, pero como tenía mucha
sed, dejó bajar la cantimplora, para coger agua. El joyero le pidió por todos los dioses que
le salvara del lugar aquel, prometiéndole ser su amigo eterno.
Gengazara, que era bueno, no pudo resistir las peticiones del desgraciado y le salvó como a
los animales. Después, siempre temiendo que aún quedara alguien en aquel concurrido
pozo del desierto, hizo bajar la cantimplora, y al fin pudo saciar su sed.
- Mi querido amigo y protector -le dijo el joyero.- He oído la serie de tonterías que os han
dicho esos tres animales. Me alegro infinito de que no hayáis hecho caso de sus consejos.
Me estoy muriendo de hambre y os ruego me permitáis dejaros. Me llamo Manicasari y
vivo en Ujaini, a veinte kas al Sur de este lugar. Cuando regreséis de Benarés podéis pasar
por mi casa y tendré un gran placer en pagaros un poco de lo mucho que por mí habéis
hecho.
Dicho esto, el joyero se despidió de Gengazara, quien partió hacia el Norte, en dirección a
Benarés.
Llegó a la ciudad Santa y vivió en ella durante diez años, durante los cuales olvidó casi por
completo al tigre, a la serpiente, a la rata y al joyero. Al cabo de diez años de vida religiosa,
el recuerdo de la casa de su hermano y el deseo de verle le asaltaron tan insistentemente,
que se dijo:
- Con las prácticas religiosas que he hecho, he debido de conseguir suficientes méritos. Es,
pues, el momento de regresar a mi casa.
Recordando la profecía de su padre acerca de morir a la orilla del mar, regresó a su pueblo
por el mismo camino que siguiera diez años antes, y así se dio el caso de que llegase junto
al pozo donde le ocurrió la antes descrita aventura. Enseguida le asaltaron los recuerdos de
ella y pensó en el tigre y en la prometida fidelidad.
Apenas habían transcurrido unos segundos, cuando de detrás de unos matorrales salió el
rey de los tigres trayendo una pesada corona en la boca. Los brillantes y perlas de que
estaba incrustada, brillaban fuertemente a los rayos del sol. El tigre depositó la corona a los
pies de su salvador y dejando de lado todo su orgullo, se tendió ante él como un perrillo.
- Mi salvador -empezó con voz dolida.- ¿Cómo es que me has olvidado durante tantos
años? Siento una felicidad enorme al comprobar que aún ocupo un rinconcito en tu
pensamiento. Nunca olvidaré el día en que me salvaste la vida, y por ello, como poseo
algunas joyas, te he traído esta insignificante corona, que podrás vender a buen precio en tu
país.
El joven examinó una y otra vez la corona, contó los diamantes y las perlas, y se dijo que
con su importe sería uno de los hombres más ricos. Dio las gracias al tigre y cuando éste se
hubo marchado, pensó en la serpiente y en la rata. Los dos animales acudieron
inmediatamente con su regalo, dieron amplias muestras de¡ cariño que sentían por el
hombre que les había salvado la vida, y después de saludar humildemente a Gengazara, se
despidieron de él, dejándole reflexionando acerca de la fidelidad demostrada por ellos.
- Si estos tres animales se portan así, ¿cómo se portará Manicasari, que es un ser humano?
Como esta corona es demasiado voluminosa para llevarla así todo el camino, le pediré que
funda el oro y me haga un lingote. Así haré un paquete con el oro, las perlas y los
diamantes, y podré caminar mucho más tranquilo.
Así pensando, llegó a Ujaini donde preguntó por el joyero Manicasari, cuya casa le fue
enseñada al momento. Manicasari se mostró contentísimo al ver de nuevo al hombre que
diez años antes, a pesar del consejo dado por tres animales, le había salvado la vida.
Gengazara le mostró en seguida la corona que había recibido del tigre y le pidió su ayuda
para separar el oro y los diamantes.
El joyero accedió de buena gana e invitó a su huésped a que descansara, y fuese luego a
bañarse. Gengazara que era muy religioso se dirigió al río, a tomar el baño que ordena la
Religión.
Ahora bien: ¿Cómo llegó la corona aquella a poder del tigre? De una manera muy sencilla:
una semana antes, el Rajá de Ujaini había salido de caza con sus cortesanos. De pronto, un
tigre salió de la espesura, y precipitándose sobre él, lo arrastró hasta su cubil, sin que los
demás cazadores tuvieran tiempo de rescatar el cuerpo.
Cuando los cortesanos informaron de lo ocurrido al príncipe heredero, éste que adoraba a
su padre derramó abundantes lágrimas, y proclamó que daría la mitad de su reino a aquel
que le llevase noticias del asesino del Rajá.
El joyero sabía perfectamente que el soberano fue muerto por el rey de los tigres, pues
Gengazara le había dicho como obtuvo la corona; sin embargo, como deseaba ser más rico
de lo que ya era, decidió denunciar a Gengazara como el asesino del Rajá, y cogiendo la
corona fue a ver al nuevo soberano a quien informó de que el asesino de su padre estaba ya
descubierto.
El Rajá cogió la corona y la examinó atentamente, convenciéndose de que era realmente la
de su padre, y sin pensarlo más dio a Manicasari la mitad de su reino y después le preguntó
dónde estaba el asesino.
- Bañándose en el río -contestó el joyero, dando a continuación los detalles necesarios para
que le reconociesen.
Un regimiento entero fue en busca de Gengazara, que se hallaba sentado junto al río,
sumido en hondas meditaciones. Sin decirle ni una palabra, los soldados lo ataron
fuertemente y lo condujeron ante el Rajá. Éste volvió la cabeza para no ver al supuesto
asesino de su padre, y ordenó que fuese encerrado en un calabozo subterráneo para que
muriera de hambre y sed, ya que ésta era la pena que se imponía en el país a los asesinos.
Al quedar encerrado en la celda, Gengazara reflexionó acerca de lo ocurrido. Era inútil
acusar al joyero o al príncipe, ya que en realidad no eran ellos los verdaderos causantes de
la prisión del joven. El Destino está escrito y ningún mortal puede librarse de sus
decisiones.
- El de hoy es el primer día del horóscopo de mi padre. Hasta ahora su profecía ha
resultado cierta, pero ¿cómo voy a vivir diez años en este calabozo, sin tener ni una miga
de pan que llevarme a la boca? No cabe duda que moriré dentro de dos días. Pues bien,
antes de que me alcance la muerte pensaré mis fieles animales.
Apenas acababa de formular Gengazara este pensamiento, el tigre, la serpiente y la rata, a
la cabeza de sus ejércitos se reunieron en un jardín próximo la cárcel, y se preguntaron qué
podían hacer. Al cabo de un rato de discutir, decidieron que lo mejor sería abrir un pasaje
subterráneo.
El rey de las ratas dio una orden y todo su ejército emprendió la abertura de un túnel que
fuese a parar a la celda donde gemía Gengazara. Tanto y tan deprisa trabajaron las ratas,
que en un día abrieron el túnel, y el soberano de las ratos pudo llegar hasta su salvador, con
quien se lamentó por lo injusto de su suerte. Para animarle le dijo que no le faltaría, de
nada, y volviéndose a las ratas que formaban su corte, que eran las más listas, les dijo:
- Ordenad al momento a todos mis súbditos que traigan aquí toda la comida que
encuentren. Decidles también que rasquen trozos de ropas, que los sumerjan en agua y los
traigan a toda prisa. Así nuestro bienhechor podrá exprimirlos y tener agua para beber.
Cuando el rey de las ratas se hubo retirado, llegó lo reina de las serpientes e inclinándose
ante el joven le dijo:
- El dolor me abruma al verte en esta situación. El rey de los tigres está también
desesperado, mas él no puede llegar hasta aquí, por impedírselo su tamaño. El rey de las
ratas nos ha prometido que no te faltará comida. Nosotros también haremos todo lo posible
por ti. Desde hoy aumentarán las muertes por mordeduras de tigre y veneno de serpiente.
Siempre que oigas pasar algún carcelero cerca de tu celda, grita: "El Rajá me hizo
encarcelar bajo la falsa acusación de haber matado a su padre, cuando fue un tigre quien lo
hizo. Desde aquel día mil desgracias han caído sobre el país. Que se me deje en libertad y
con mis poderes curaré a los heridos y pondré fin a la plaga". Alguien comunicará tus
palabras al Rajá y así conseguirás tu libertad.
Los tigres y las serpientes emprendieron enseguida la ofensiva y durante diez años las
muertes fueron era aumento, llegando a convertirse en una verdadera plaga. Gengazara
continuó alimentado por las ratas, y la excelencia de la comida que le llevaban, mejoró
mucho su aspecto, convirtiéndose en un hombre de majestuosa presencia.
La última noche de los diez años, una serpiente llegó al dormitorio de la princesa y le clavó
su aguijón, causándole la muerte. Era la única hija del Rajá, y éste sintió una gran
desesperación, llamando enseguida a todos los médicos del país, prometiendo su reino y la
mano de su hija a quien la resucitara.
Dio la casualidad que un criado que había oído varias veces las palabras de Gengazara, las
comunicó al soberano, quien enseguida ordenó que fuese llevado a su presencia el
prisionero, si realmente había un hombre vivo allí, cosa que nadie creía, pues durante diez
años la celda había permanecido cerrada. Sin embargo, los que fueron al calabozo vieron
vivo a Gengazara, y maravillados, se preguntaron cómo habría logrado vivir tanto tiempo.
Alguien susurró que debía de ser un mago y otros dijeron que Bracma debía de ayudarle.
De todas formas lo condujeron a la presencia del Rajá.
Apenas vio éste a Gengazara, cayó desmayado, tanta era la majestad del cautivo. Los diez
años de encarcelamiento habían dado a su piel una especie de brillo fantástico. Para que
pudiera vérsele el rostro fue necesario cortarle el cabello, que le llegaba hasta los pies,
cubriendo así su desnudez. Cuando estuvo vestido, el Rajá se prosternó ante él y le suplicó
humildemente que devolviera la vida a su hija.
- En el término de una hora traedme todos los cadáveres que aún no hayan sido quemados.
Los resucitaré a todos.- Estas fueron las únicas palabras que pronunció Gengazara.
Centenares de muertos fueron llevados ante el Bracmán, quien cogiendo uno taza de agua
tiró unas gotas sobre cada cadáver, con el pensamiento fijo en la reina de las serpientes y en
el rey de los tigres. Apenas eran mojados los muertos, revivían como si sólo hubieran
estado dormidos. También la princesa fue resucitada, y la alegría del Rajá no tuvo límites.
Maldijo el día en que hizo caso del joyero, a quien hizo decapitar sin perder un momento,
ordenando que su cabeza fuera colocada a la entrada de la población, para escarmiento de
los que faltan a la verdad.
Como había prometido, dio su reino a Gengazara y también le dio la mano de su hija. El
Bracmán aceptó esto último, pero rechazó de momento el reino de Ujaini, diciendo que ya
lo heredaría cuando el Señor se llevase al Rajá.
Se celebró el casamiento con la pompa acostumbrada en tales casos, y al cabo de unos días,
Gengazara pidió permiso para ir a visitar a su hermano a quien no veía desde veinte años
antes. El Rajá y la princesa aceptaron y Gengazara marchó hacia su país natal.
Debido al tiempo que hacía que abandonó el lugar, no pudo encontrar el camino, y
extraviándose fue a dar a la orilla del mar. Su hermano, que se dirigía a Benarés, también
había tomado aquel camino y así dio la casualidad de que ambos hermanos se encontraron
de pronto y cayeron uno en brazos del otro. Tanta fue la alegría que experimentó
Gengazara, que cayó muerto de un ataque al corazón.
El hermano mayor era ferviente adorador de Ganesa y como era jueves, día sagrado para
ese dios, llevó el cadáver a un templo próximo y llamó a Ganesa. Este acudió al punto,
preguntando a su adorador qué deseaba.
- Mi pobre hermano ha muerto, y éste es su cadáver. Os pido por favor que vigiléis su
cadáver hasta que termine los preparativos para la quema. Si lo dejara en otro lugar, los
diablos podrían llevárselo.
El dios prometió hacerlo y el hermano fue a cumplir los requisitos necesarios para la
incineración. Ganesa llamó a sus servidores y les ordenó que vigilasen el cadáver de
Gengazara, pero éstos, en vez de hacerlo, lo devoraron.
Cuando el hermano hubo terminado su trabajo, fue en busca del cadáver de Gengazara.
Ganesa llamó a sus servidores y les ordenó que devolviesen el cadáver. Los criados
llegaron cabizbajos y temblorosos temiendo la ira de su dueño, y le confesaron su falta.
Ganesa rugió enfurecido y mató a todos los servidores que habían devorado a Gengazara.
El hermano, al ver que no aparecía el cadáver, empezó a quejarse amargamente.
- ¿Este es el premio de mi fe en vos? -preguntó a Ganesa.- Ni siquiera sois capaz de
entregarme el cuerpo de mi hermano.
Avergonzado por estas palabras, Ganesa recurrió a su divino poder y en vez de entregar un
cadáver devolvió a Gengazara vivo.
Así el hijo menor del adivino fue devuelto a la vida.
Los dos hermanos fueron juntos a Ujaini, donde Gengazara reinó al cabo de poco tiempo,
confiriendo a su hermano mayor el cargo de Gran Visir, que desempeñó con gran tacto y
justicia.
Durante el reinado de Gengazara el país prosperó grandemente y la felicidad reinó en él.
Y así se cumplió totalmente la profecía del adivino.
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