Para dejar atrás la ira y la amargura, aísla en tu mente a una persona que sientas te ha agraviado en algún momento de tu vida, alguien que no haya pagado una deuda vencida hace mucho tiempo.
Quizás un esposo o una esposa que te abandonó o agravió de alguna manera, un padre o una madre o un viejo amor que te dejó plantado.
Aísla a esta persona en tu pensamiento. Ahora, por unos instantes, en lugar de sentir odio y amargura, intenta imaginar que le prodigas amor. Intenta captar la idea de que entraron en tu vida para ayudarte a aprender una lección y de que, por dolorosa que fuera esa lección, aparecieron en tu vida con una intencionalidad. Cuando seas capaz de prodigarles amor en lugar de odio, no sólo estarás en proceso de curación, sino que habrás emprendido el camino que lleva hacia el ser espiritual.
Piensa en el mal que se te ha hecho como si se tratara de una mordedura de serpiente. Cuando te muerde una serpiente, son dos las fuentes de dolor. Una es la mordedura en sí, y ahí no hay vuelta atrás. Ocurrió, dolió y tienes la señal que lo demuestra. Partes entonces de ahí y aprendes a eludir a las serpientes en tu vida. La segunda fuente de dolor es el veneno que circula ahora por tu organismo. Este es el que mata. NADIE HA MUERTO NUNCA DE UNA MORDEDURA DE SERPIENTE, lo fatal es el posterior ataque por parte del veneno que circula por el cuerpo.
Lo mismo ocurre con el odio y el resentimiento. El hecho ocurrió. No puedes hacer marcha atrás en tu mundo físico. Pero lo que mata son el odio y la ira que siguen circulando por tu organismo como si fueran veneno, mucho después de que la herida de la mordedura haya sanado y desaparecido.
Tú, y sólo tú, tienes el poder de expulsar este veneno de tu cuerpo; el que siga presente dentro de tí es elección tuya. Recuerda las sabias palabras de Buda:
"No serás castigado por tu ira, pero la ira te castigará". No podrás experimentar la capacidad de hacer milagros si tus entrañas están envenenadas por la amargura y la ira hacia los demás.
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